No me he podido resistira copiar integro esta actuación de Luis Sánchez Polack y José Luis Coll (Tip y Coll) de 1983, TipyColl-orgía – Beethoven y otros por el estilo.
Si el pobre Beethoven, q.e.p.d., levantara la cabeza, a estas horas serían las doce, si es que no eran las cinco. El pobre Beethoven, que cuando le hacían una mala crítica se hacía el sordo, era uno de los mejores músicos del siglo XIV que ha dado Italia. Ya desde muy niño su padre le decía: «Beethoven, que se te ve la Pastoral por debajo del pantalón.» Y el pobre Beethoven contestaba en alemán: «Mon cherie papá, ¿que es quieg que haga muá?», y el padre cogía el piano por la cola, hasta que se la arrancaba al hijo.
Pasaron los años… a la casa de Beethoven. Por entonces, el pobre Beethoven ya debía tener la edad de su padre, o sea, unos dieciocho años. La madre era la mujer del padre de Beethoven, cosa que nunca quiso decir el padre para evitar que el hijo tocara la dulzaina por los pueblos. Ya en la mili, el pobre Beethoven, siendo quinto, escribió «La Quinta que lleva su nombre, perdón, su apellido». Más tarde se hizo fraile y escribió «La Novena». Como la novia del pobre Beethoven apenas tenía pechos, escribió «Para Lisa». No contento con esto compuso la Intemerata, que se estrenó en el teatro Calderón de Madrid, con la compañía de Manolo Escobar. ¡Qué éxito! Más de cincuenta millones de personas se apretujaban en los palcos y otros tantos en el «water» de caballeros. El pobre Beethoven no podía contener sus nervios y se le escaparon por la calle Carretas, en dirección a la Puerta del Sol, que ese día estaba cerrada.
Su íntimo amigo y colega, el marqués de Santofloro, hoy concejal del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes Magos, salió al proscenio, exhibiendo en el pecho un parche Sor Virginia de Matos, que le había regalado el Juventud de Bradalona, que celebraba su primera comunión. El director de la banda, un tal Al Capone, tuvo que salir a saludar a unos amigos que le habían traído chorizo Revilla, varias gallinas, joyas, un periódico de Pontevedra y dos camisas de fuerza, de seda de Valencia.
El pobre don Jacinto Benavente, que no pudo acudir al estreno porque no había nacido todavía, se llevó un disgusto que se habían dejado en el guardarropa. Luego se supo que el disgusto era del pobre Alcalá Zamora, o del pobre Alcalá Ciriaco o del pobre Alcalá Quincoces.
Se levantó el telón a eso de las diez de la noche, con una resaca que no sabemos cómo pudo llegar arriba. Un silencio sepulcral guardaban las vociferantes damas. Los más amigos, animaban al pobre Beethoven con frases como éstas: «Vamos, maestro, a ver si me arregla usted esta butaca»; o «Luisito, Luisito van, el pichicato del creschendo es inarmónico cuando las fusas se semicorchean con el ralentí de los violines», o «¡Coño, Beethoven, qué mañoso eres para la solfa!». Y era verdad, porque a Beethoven la música se le daba como hongos y como setas, y fue cuando compuso «La Seta Sinfonía».
Al día siguiente del estreno recibió una carta de su compadre Juan Sebastián Bach, desde la cárcel, hablándole de sus fugas y de su órgano. Porque si ustedes no lo saben, Bach tenía un órgano así de grande, que le había costado diez mil pesetas en El Corte Inglés, que por entonces era muy barato. En uno de los párrafos, podía leerse esto: «Beethoven, estás haciendo música barata y ramplona para que bailen en las fiestas de los pueblos. Tú sabes hacer otras cosas, como ordeñar, segar, acarrear, trillar y astrología. ¿Por qué no te dedicas a esto de lleno, y dejas la música? ¿Me oyes? ¿Eh? ¿Me oyes? ¡Nada! ¡No hay manera!»
Pero el pobre Beethoven, terne que terne, erre que erre, dale que dale, consiguió terminar la carrera de obstáculos en menos de lo que canta el macho de la gallina. O sea, el gallo, el mejor torero que ha tenido Alemania. El pobre Beethoven enferma, está mala, se dice que tuberculosa, y por fin, un día de noviembre, decide morirse, no yendo nadie a su entierro, por lo que él mismo tuvo que enterrarse de mala manera.
Descanse en paz el pobre Beethoven y otros por el estilo.